domingo, 30 de marzo de 2008

Adiós Matilde


Eran las cinco de la mañana cuando Horacio abrió los ojos, el sol apenas comenzaba a salir y aún se sentía el rocío natural de cada mañana. En seguida tuvo un presentimiento, sabía que las cosas no iban a estar del todo bien ese día.
Buscó rápidamente con la mirada a Matilde, la encontró en el mismo rincón de siempre. Ahí estaba acostada, con el pico apoyado sobre las alas y los ojos bien cerrados. Hacía unos días atrás que Matilde no se sentía bien, se la pasaba la mayoría del tiempo echada, ya no graznaba, casi no comía.
Tiernamente con el pico, Horacio intentó despertarla, pero no respondió. Insistió una vez más, pero ella simplemente no se movió. Sintió enseguida un terrible frío, no entendía que sucedía, comenzó a correr como loco por todo el corral y a graznar llamando a alguien, a cualquiera, esperando recibir una respuesta.
Desde el corral se podía observar la casa, las luces ya estaban encendidas, y en seguida la abuela salió con su bata corriendo hacia el corral intentando descubrir el porque del alboroto de Horacio. Asomó y comprendió enseguida lo sucedido. “¡Ay Matilde! Dejaste sólo a Horacio”, exclamó algo consternada. Pidió ayuda al abuelo, para sacar a Matilde del corral, les costó trabajo pues ya era una gansa vieja y algo pesada.
El compañero de toda la vida de Matilde, estaba visiblemente alterado, intentó detener a los abuelos, pero sabía de antemano que por más fuerza que tuviera no podría hacer nada contra esto. Se quedó solo en el corral, mirando como los abuelos desaparecían con Matilde hacia el otro lado del patio.
Lloró toda la tarde, toda la noche, los días siguientes sin parar. Los abuelos no sabían que hacer, lo visitaban para darle comida, cambiar el agua pero Horacio no hacía mas que repetir ese mismo graznido de dolor, que no paraba desde una semana atrás.
Dejó de comer, de nadar en el estanque, de picotear las plantitas de la abuela. Ya nada le importaba, no tenía sentido. Estaba solo, sin Matilde.
Eran las cinco de la mañana cuando Horacio abrió los ojos… Miró a su alrededor, ya no estaba Matilde, las luces de la casa estaban ya encendidas. Con todas las fuerzas que le quedaban, lanzó un último graznido, llamándola. Nadie contestó. Eran las cinco de la mañana cuando Horacio abandonó este mundo, para estar con su eterna compañera de vida. Murió.